Las geishas generalmente viven reunidas en conventículos bajo la dirección, tutela y cuidados de una persona de cierta edad, a la que dan el nombre de nee san (hermana mayor), la cual las atiende y las educa. Pero la difícil profesión de las gueishas no se satisface con la educación que la hermana mayor les proporciona ; necesita una vasta cultura, una extensa ilustración, pues siendo el de conversar su mayor atractivo, necesitan aprender, siempre aprender, para ponerse al nivel intelectual de sus interlocutores: sutilezas del idioma, poesías, historia e historias, ciencias, artes...
Las gueishas usan siempre trajes suntuosos, aunque de aparente sencillez. Las sedas más ricas, los crespones más costosos, los más delicados y profusos bordados figuran en su indumento.
Cada una de ellas tiene a sus órdenes una jovencita, a la que llevan consigo a las casas de te y demás lugares de recreo. Estas pequeñas musumés se llaman maikó y su especial habilidad es la danza, bailando mientras la gueisha canta y pulsa el shamisén, bailando con actitudes de danzas rituales, hieráticas, sin contorsiones, sin saltos, serenamente, harmoniosamente, manejando con suprema gracia su pequeño abanico.
... Y falta indicar, siquiera sea muy someramente, el punto delicado de la cuestión.
¿Llegan las gueishas al amor ? Sí; las gueishas llegan al amor. Pero para comprender esto, es menester, antes, comprender al Japón. Al Japón, en el que el sentimiento del honor está tan acendrado que a él se rinde la vida. Un dignísimo caballero occidental sería — podría ser — allí, un perfecto inadaptado. Lo que aquí (teatro de Calderón) tiene una importancia máxima, allá, si tiene alguna es muy relativa.
La gueisha llega al amor porque es uno de sus fines, una de sus habilidades. Llega al amor por el interés. Su hermana mayor interviene y autoriza — previa aceptación voluntaria de la gueisha — este nuevo contrato, en el que nada hay de delictivo, de pecaminoso y, mucho menos, de repugnante.
Y esta misma gueisha llega a ser la esposa, la esposa ilustrada, áurea, del más empingorotado personaje de la nación — exceptuando el Mikado y los grandes príncipes—, quien como tal esposa, y como joya de elevadísimo precio, la presenta a sus relaciones y amistades, ofreciéndola a su admiración y a su envidia, feliz con ella, amante de ella, endulzada su vida por ella.
Para los actos oficiales — de política, de corte — este personaje reserva su otra mujer, la impuesta por el matrimonio de conveniencia familiar, «carne de su carne y hueso de sus huesos...», pero casi nunca alma de su alma, espíritu de su espíritu.
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