28 nov 2008

GEISHAS

Para los japoneses, las gueishas representan la belleza y la poesía antes que el amor, entendiéndose por amor la posesión fácil de la mujer. El japonés culto y refinado, va en busca de las gueishas para dar expansión a su espíritu más que a su materia. Las gueishas, todas las gueishas, son excelentes músicas, virtuosas del shamisen y del canto; pero donde más se pone de manifiesto su delicadeza, su discreción, su extensa cultura, hija de largos años de estudio y de afinada preparación, es conversando, poniendo a contribución todas sus gracias, todo su arte, todos sus adquiridos conocimientos en el ingrávido combate de la discusión, del relato, de la respuesta, pronta y alígera, esmaltada de ocurrencias felices y oportunas. Para llegar a esto, es preciso no sólo nacer con aptitudes especiales, sino acentuar éstas con un verdadero estudio, con una preparación constante, cuales son los que se necesita para el dominio de un arte, la conquista de una carrera.

Las geishas generalmente viven reunidas en conventículos bajo la dirección, tutela y cuidados de una persona de cierta edad, a la que dan el nombre de nee san (hermana mayor), la cual las atiende y las educa. Pero la difícil profesión de las gueishas no se satisface con la educación que la hermana mayor les proporciona ; necesita una vasta cultura, una extensa ilustración, pues siendo el de conversar su mayor atractivo, necesitan aprender, siempre aprender, para ponerse al nivel intelectual de sus interlocutores: sutilezas del idioma, poesías, historia e historias, ciencias, artes...

Necesitan, además — y ya lo hemos indicado—, pulsar sabiamente el shamisen y cantar, con bien disciplinada voz, baladas y trovas de amor y de guerra. Y todo esto han de aprenderlo de memoria, pues para los instrumentos japoneses no existe el pentágrama, no se conoce el libro. Y es de admirar la prodigiosa memoria de que han de gozar para aprender centenares de canciones, no sólo las consagradas ya por el tiempo y por la tradición, sino cuantas nuevas salgan a luz, alumbradas por la oportunidad o por la moda. Han de saber también recitar poesías, los difíciles versos japoneses que sólo saben descifrar los sabios, y, sobre todo esto, dominar el arte sutil de hacerse agradables, de conquistar la simpatía de sus clientes, de divertirlos con sus gracias, con sus primores, con el hechizo de su conversación fina y elegante, de la que toda palabra torpe o grosera está excluida, apareciendo siempre exquisitamente refinadas y extremadamente corteses. Así se comprende cómo los japoneses, dolados por lo general de alma soñadora como los grandes héroes, de espíritu selecto de artistas, hallan en las gueishas la poesía de la vida, pues casándose la mayor parte de ellos con muchachas desconocidas, sin amor, en matrimonio impuesto por los padrea, satisfacen con las gueishas sus necesidades psíquicas más que sus deseos fisiológicos.

Las gueishas usan siempre trajes suntuosos, aunque de aparente sencillez. Las sedas más ricas, los crespones más costosos, los más delicados y profusos bordados figuran en su indumento.

Cada una de ellas tiene a sus órdenes una jovencita, a la que llevan consigo a las casas de te y demás lugares de recreo. Estas pequeñas musumés se llaman maikó y su especial habilidad es la danza, bailando mientras la gueisha canta y pulsa el shamisén, bailando con actitudes de danzas rituales, hieráticas, sin contorsiones, sin saltos, serenamente, harmoniosamente, manejando con suprema gracia su pequeño abanico.

Las gueishas cobran sus honorarios por horas y las maikós perciben únicamente la mitad que aquéllas. Su oficio, pues, no resulta muy lucrativo porque han de presentarse muy bien vestidas, y sus kimonos son más suntuosos aún que los de las gueishas.

... Y falta indicar, siquiera sea muy someramente, el punto delicado de la cuestión.

¿Llegan las gueishas al amor ? Sí; las gueishas llegan al amor. Pero para comprender esto, es menester, antes, comprender al Japón. Al Japón, en el que el sentimiento del honor está tan acendrado que a él se rinde la vida. Un dignísimo caballero occidental sería — podría ser — allí, un perfecto inadaptado. Lo que aquí (teatro de Calderón) tiene una importancia máxima, allá, si tiene alguna es muy relativa.

La gueisha llega al amor porque es uno de sus fines, una de sus habilidades. Llega al amor por el interés. Su hermana mayor interviene y autoriza — previa aceptación voluntaria de la gueisha — este nuevo contrato, en el que nada hay de delictivo, de pecaminoso y, mucho menos, de repugnante.

Y esta misma gueisha llega a ser la esposa, la esposa ilustrada, áurea, del más empingorotado personaje de la nación — exceptuando el Mikado y los grandes príncipes—, quien como tal esposa, y como joya de elevadísimo precio, la presenta a sus relaciones y amistades, ofreciéndola a su admiración y a su envidia, feliz con ella, amante de ella, endulzada su vida por ella.

Para los actos oficiales — de política, de corte — este personaje reserva su otra mujer, la impuesta por el matrimonio de conveniencia familiar, «carne de su carne y hueso de sus huesos...», pero casi nunca alma de su alma, espíritu de su espíritu.

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