28 nov 2008

LA ENSEÑANZA ACTUAL


La tecnología japonesa es de sobras conocida en todas partes del globo. Todos hemos tenido alguna vez algún electrodoméstico, alguna videoconsola o algún aparato japonés en casa. La tecnología siempre ha estado al orden del día en este país, ya que hasta ahora los japoneses no esperaban el futuro, sino que se lo inventaban.En efecto, durante la década de los setenta y los años ochenta, en plena expansión económica e industrial, Japón lideró el mundo en el campo de la tecnología gracias a unos técnicos e ingenieros que contaban con mucho espíritu de superación personal y sacrificio.Durante este periodo, las compañías crearon un sistema de reclutación de empleados que ya he comentado por encima antes, pero que procederé a explicar aquí con más detalle. Los alumnos universitarios japoneses, durante el tercer año universitario, y con más de un curso todavía por delante, buscan trabajo en diferentes empresas. Los más afortunados lo encuentran ese mismo curso académico, y los menos lo hacen durante el cuarto y último, el cual dedican casi íntegramente a este propósito. Las empresas, por su parte, se comprometen a contratarlos a partir del año fiscal inmediatamente siguiente a su graduación, lo que significa acabar la universidad en febrero y comenzar a trabajar en abril. La gente que antes de acabar la carrera universitaria no ha encontrado trabajo, difícilmente vuelve a encontrarlo porque la mayoría de empresas solamente contratan gente para trabajar a partir de abril y las personas que han estado un año sin trabajar suelen ser rechazadas sistemáticamente.Los recién graduados, al entrar a la empresa, pasan por un periodo de formación que puede ir desde los tres meses hasta más de medio año, durante el cual se les enseña a realizar un trabajo específico que forma parte de un proceso mayor. Por poner un ejemplo, en una empresa que fabrica televisores se les enseñaría a diseñar el mecanismo interno de los botones de un mando a distancia, y estarían haciendo esto hasta el fin de sus días o hasta que los cambiaran de sección, tras pasar por otro periodo de preparación para desempeñar la nueva labor a la cual han sido asignados.Si las empresas se encargan de formar a sus trabajadores para un trabajo específico, ¿de qué sirve lo que se ha estudiado previamente en la universidad? Pues teóricamente, de nada. Es por esto que a diferencia de la mayoría de países, en Japón las empresas no buscan contratar licenciados o ingenieros con una formación en un campo específico, sino que les sirven graduados de cualquier cosa. Es decir, que donde en España una empresa dice algo como "se busca ingeniero de telecomunicaciones especializado en telemática", en Japón se dice "buscamos licenciados en cualquier carrera de ciencias". Resumiendo: les da absolutamente igual lo que hayas estudiado, bien sea ingeniería industrial o informática.Por otra parte, debido a la crisis económica y a la mala gestión del gobierno, la tasa de natalidad ha descendido hasta tal punto que dentro de unos años se espera que uno de cada cinco japoneses tenga más de 65 años de edad. Además, cada vez menos familias pueden permitirse llevar a más de un hijo a la universidad, ya que los precios rondan aproximadamente los 7.000 euros anuales y no existen becas. Hasta el año 2005, en Japón habían más de 500 universidades sin contar las de ciclo corto, ya fueran privadas o públicas en proceso de privatización (no, la universidad pública ya no existe en Japón), y todas con titulaciones propias (es decir, no existe lo de las carreras homologadas). Lo que mantiene a las universidades privadas es, como todos sabemos, el dinero de la matrícula que pagan los alumnos. Al haber tan poca natalidad, la competencia por estos es feroz. Hasta aquí la cosa no parece tan preocupante.El problema es que, como a las empresas les da igual cuál sea la carrera que hayas estudiado y dónde la hayas hecho, lo importante para conseguir un trabajo es graduarte de lo que sea, dónde sea. Esto hace que los estudiantes se decanten por matricularse en las universidades más fáciles, las cuales se forran mientras las universidades con un nivel de estudios más alto se hunden en la miseria. Para evitar la quiebra, estas universidades bajan el nivel de sus estudios para atraer a más alumnos, y a su vez las primeras lo hacen aún más. Se entra, pues, en una dinámica donde la competencia por los estudiantes equivale a rebajar el nivel de la educación.Si bien esto pasaba con las universidades privadas, las hasta hace poco universidades públicas se podían permitir el lujo de mantener el nivel porque percibían subvenciones estatales. Pero para acabar de liarla, siguiendo con la política de privatización de todos los servicios públicos del país, el gobierno ha privatizado este año todas las universidades públicas que quedaban sin privatizar: ya no existe ni una sola en todo el país, hecho que ha sumado a éstas a la lucha para conseguir alumnos o, lo que es lo mismo, hacer más fáciles las carreras.En 1998 y durante un año, estuve estudiando sistemas de telecomunicación en una universidad barcelonense, que no voy a nombrar. Después de dejar esta universidad y estudiar dos años japonés en Osaka, entré en una universidad japonesa para estudiar ingeniería de electrónica, información y telecomunicaciones. Antes de entrar, tan iluso como era por entonces, pensaba que una carrera de ingeniería en Japón sería la llave para comerme el mundo. Una vez dentro descubrí, para mi desgracia, que la universidad no se trataba más que una extensión del instituto. Paso a relatar algunas experiencias y puntos que me sorprendieron:
El primer año no se podían escoger las asignaturas. Tenías que seguir un horario dictado por la universidad, en el cual se obligaba a los alumnos a hacer gimnasia. Y me vi yo, con 22 años, rescatando la ropa del instituto y haciendo actividades tan relacionadas con las telecomunicaciones como basket, badminton, ping pong y tenis. Esta asignatura duraba 2 horas, y los créditos contaban tanto como la clase de física. Para los que no tuvieran suficiente con un año, la gimnasia se encontraba también como asignatura optativa en segundo curso.
A parte de 4 horas obligatorias de inglés a la semana, estábamos obligados a escoger una segunda lengua entre alemán o chino. Para ahorrarme complicaciones escogí el alemán, cuya profesora era una japonesa que vestía igual que la maestra mala de Heidi, y que enseñaba el alemán a base de análisis sintáctico y morfológico (el llamado método de gramática y traducción).
En la mayoría de clases se controlaba la asistencia. En las clases donde había demasiadas personas como para hacerlo a voz, se pasaba entre los alumnos una máquina que leía la tarjeta de estudiante de cada alumno y la registraba en una base de datos. Así se podía controlar a qué clases iban y no iban los estudiantes. En la mayoría de asignaturas, a las tres faltas de asistencia no podías hacer el examen final.
En muchas asignaturas, antes de los exámenes finales, el profesor te decía qué preguntas iban a salir y cuales eran las soluciones. En muchas otras, si hacías los deberes te daban un punto y acumulando puntos podías aprobar la asignatura sin necesidad de hacer el examen final. Te regalaban los aprobados.
Al final del semestre, las notas se enviaban a los padres por correo. En el caso de tener malas calificaciones, los profesores llamaban directamente a casa para hablar con la família, y en el caso de un amigo mío, el profesor llegó a ir directamente a su casa. A los alumnos no se les considera maduros pese a estar en la universidad, aun siendo legalmente adultos a los 20.
Por culpa de un error en una transferencia bancaria, los 640.000 yenes que costaba cada semestre llegaron tarde a mi cuenta. Dos semanas antes de que se cerrase el plazo del pago de la matrícula, los del departamento de secretaría de estudiantes comenzaron a llamar a mi teléfono móvil y a casa cada día para recordarme que tenía que pagar. Tres días antes del plazo, se presentaron por la mañana a la puerta de mi casa para acompañarme personalmente a realizar el pago. Este hecho me puso de bastante mal humor, y fue el que colmó el vaso y me hizo romper definitivamente las relaciones con la administración de la universidad.
Periódicamente, al ser alumno extranjero, me sometían a entrevistas por parte del departamento de estudiantes, donde la dirección me llegó a decir cosas como que no debía vivir con mi novia y me mudase a vivir solo. Me habían preparado hasta información sobre inmobiliarias.
El nivel de la enseñanza era tan pésimo que necesitamos más de tres años para superar el nivel que había dado el primer semestre en la universidad española. Al final de carrera todavía no habíamos tocado ningún tema que se calificaría propiamente de segundo de carrera en España. Además, al regalarnos los aprobados, no hacía falta estudiar. La gente salía de la carrera sin saber hacer la O con un canuto. Dicho más fácil: salíamos todos graduados sin saber resolver un circuito eléctrico de nivel del antiguo COU. Si no recuerdo mal, el porcentaje de graduados de mi promoción fue del 95%. Los que no se graduaron lo hicieron el siguiente año.
Una anécdota curiosa fue en la primera clase de programación, que se dio el tercer año de carrera. Nos dividieron en grupos de 40 personas y nos metieron a todos en aulas donde cada alumno disponía de un PC. El profesor preguntó cuántas personas no habían usado hasta entonces un ordenador, y de las 40 presentes unas 6 ó 7 levantaron el brazo. Y en tercero de telecos, me encontré aprendiendo a encender un ordenador, a apagarlo y a usar el ratón. Una vergüenza. El programa más difícil que realizamos hasta el fin de carrera fue el típico de "adivina el número que ha introducido el primer jugador". Eso lo hacía yo cuando tenía 10 años con mi Amstrad CPC.
El proyecto de fin de carrera, algo que lleva de cabeza a todos los estudiantes universitarios de ingeniería superior en España, no es de libre elección. Es decir, no se hace un proyecto sobre algo nuevo: se escoge entre 5 o 6 temas establecidos, te dicen los puntos que tienes que desarrollar, el profesor lo corrige y ¡felicidades! Ya eres ingeniero. La ingeniería se trata de ingeniar, como bien dice la palabra. Se basa en innovar y en la capacidad del ingeniero para crear nuevos conceptos y desarrollar nuevos proyectos. Esto es lo que más se precia en un proyecto de fin de carrera. Pero aquí no: es como cuando en el instituto te daban a escoger entre hacer un trabajo sobre la arquitectura barroca o la románica.
Se me olvidan muchos puntos, pero como se puede apreciar la universidad no es más que una prolongación de la escuela donde te preparan para entrar a formar parte de la estructura de una empresa. La formación real no existe. No se aprende absolutamente nada, y me muero de vergüenza cada vez que mis amigos en España que han acabado telecomunicaciones me hablan sobre algún tema relacionado con la carrera. Todo me suena a chino. No tengo ni la más remota idea de lo que me están hablando, porque nunca lo estudiamos en clase.
Si todavía queda alguna persona que me defienda el sistema universitario japonés, voy a explicar cuales son las consecuencias de tal piltrafa.
Los títulos universitarios no certifican que realmente estés capacitado para desempeñar esa función en el trabajo. Los profesores de idiomas estamos hartos de ver estudiantes con titulaciones superiores de filología inglesa o española que no saben construir frases del estilo "Me gusta mucho jugar con mi perro". Después de cuatro años de carrera, y un diploma que certifica que son licenciados, me dicen cosas como "Yo gusto con perro jugar mio".
De la misma manera, los nuevos ingenieros no saben resolver cosas que cualquier estudiante de primero de carrera en otro país podría resolver con los ojos cerrados. Y pese a esto siguen contratándolos en las empresas porque siguen con los obsoletos sistemas de reclutamiento de empleados que se usaban hace 25 años. El otro día me encontré enseñando a un ingeniero en electrónica que trabaja para una conocida empresa, la diferencia entre electricidad y electrónica, y cómo resolver circuitos de corriente continua usando la ley de mallas de Kirchoff. Al parecer, es lo que estaban estudiando por ese entonces en su compañía. Después de resolverle un circuito que cualquier crío de 17 años podría resolver en el instituto me dijo: "Ostias, ¡que nivel más alto que hay en España!". El mismo tío me vio usando el MS-DOS en el ordenador y me preguntó "¿Qué estás compilando?". Apaga y vámonos. Eso sí, sobre béisbol se las sabía todas.
Al ser el diploma universitario puro papel mojado, y al no tener nada que ver lo que se ha estudiado con el trabajo que se acaba haciendo, las empresas piden graduados universitarios para cualquier cosa. Por ejemplo, para tirar del carrito en el Shinkansen (el famoso tren bala) y vender bebidas a los pasajeros, te piden una carrera de letras acabada. De manera que las chicas que tiran del carro son filólogas o psicólogas. O al menos en teoría, porque es lo que pone en sus diplomas. Intentad hablarles en inglés, y me explicáis que tal os ha ido.
Al pedir diploma universitario para cualquier trabajo, las personas que por carecer de recursos económicos no han podido permitirse ir a la universidad tienen enormes problemas para encontrar empleo, y de ser así difícilmente será fijo. El gobierno no interviene porque le conviene que las personas se vean obligadas a pagar millones de yenes por ir a la universidad para que no les cierren las puertas del mercado laboral. Hacer una carrera es pagar más de 4.000.000 de yenes por una llave que no te da conocimientos pero que te permite conseguir empleo en Japón. Quien no se lo puede pagar está condenado a trabajos basura durante el resto de su vida. Sus hijos tampoco podrán cursar estudios universitarios por el poco poder adquisitivo de su familia, situación que se ve agravada por el hecho de que en este país las becas no existen, ya que son préstamos bancarios que se devuelven hasta casi los 40 años de edad, pero cuya aprobación no se conoce hasta bien entrado el primer curso universitario (es decir, después de pagar el millón que cuesta el primer año.) Es el nacimiento de las clases sociales, que en los ochenta no existían en Japón.
Con un titulo universitario japonés, no puedes salir al extranjero. No tiene validez. Primero, porque todas las titulaciones son propias y no homologadas por el gobierno. Como he dicho antes existen más de 500 universidades y cada una tiene un puñado de carreras disponibles. Echamos cuentas y salen miles de titulaciones propias, sin relación alguna entre sí. Segundo, porque el nivel es tan bajo que si uno va al extranjero con los conocimientos que se adquieren en una universidad japonesa, se mofan de él al buscar trabajo. De todos los extranjeros que hemos conocido que han venido a estudiar un doctorado a Japón, todos menos uno se fueron a los seis meses porque esto les parecía un parvulario. El único que se quedó para acabarlo volvió a Europa para trabajar y cuando iba a buscar trabajo se reían en su cara: "¿Universidad de qué?. ¿Y quien diablos está ahí?"
La generación del baby boom, más conocida como Dankai Sedai (団塊世代), que son los ingenieros y trabajadores que llevaron al país a una posición pionera en la tecnología, se jubilan el próximo año. ¿Y qué generación les sigue?: La que he explicado a lo largo de todo este post. No es de extrañar, que las empresas japonesas se estén llevando ahora las manos a la cabeza porque no saben quién va a formar a los nuevos trabajadores, ya que las universidades no se encargan de ello. Muchas compañías, como Japan Rail, cuya mayoría de trabajadores está al borde de la jubilación, se encuentra con una situación en que en un periodo de 10 años va a perder prácticamente toda su plantilla de trabajadores, para dejar paso a una generación de jóvenes que no están preparados para ser responsables de la vida de los miles de pasajeros que van en su convoy. La policía, por su parte, está excesivamente preocupada porque las calificaciones de los nuevos agentes de la policía científica han sido este año las peores en la historia, y la gente encargada de formarlos en el cuerpo se están comenzando a jubilar.
Un país pequeño como Japón, con escasez de recursos naturales, depende exclusivamente del nivel académico de sus habitantes y de su capacidad para competir con otros países para así poder exportar sus productos al exterior. Durante las últimas décadas este país ha cumplido con esta premisa a rajatabla exportando al extranjero televisores, walkmans, videojuegos, equipos de música y miles de productos que han hecho de él un mito en occidente. Desgraciadamente, los japoneses no han sabido preparar a la siguiente generación para mantener un mínimo nivel competitivo contra países en pleno crecimiento económico como Corea o especialmente China, que aguardan sigilosamente la oportunidad para tirársele encima a Japón y robarle la hegemonía de la que ha gozado en Asia durante las últimas décadas.
Una vez más la permisividad de la sociedad e inoperancia un gobierno que ha dado prioridad a los intereses económicos a corto plazo del país, mostrando así una negligente falta de previsión, están llevando a Japón a un declive económico sin precedentes. El problema comienza a hacerse palpable: tiempo al tiempo.




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